4 oct 2016

POSTAL DE CEIBA VI Habitaciones Pequeñas





POSTAL DE CEIBA VI 

Edificios embotellados; ceniceros habitacionales.



    Calles azules y negras, grises y rojas, con sus tonalidades ocre; no gato o rata pueril a la vista; el viento siempre en rugido, somos alimento, en espiral sube el humo, en espiral baja. 


   Me acompaña mexcalita, con aguardiente animal, botana de carroña. Ácidos existenciales. En los senos de la serpiente hay vinagre dulce; la muerte coge rico pero la mujer es eterna; cuando haya desaparecido la luna, hasta los ciegos tropezarán, sordos ruidos para quienes quieran escuchar; las semillas del suelo brotan, por un momento mis pulmones escupen sangre, pero hay que remediar eso después, primero sobrevivir a estas habitaciones pequeñas. 


     Vecinos que del humo siempre se quejan. Los retratos que la oscuridad y las paredes me relatan… ¡Puta madre! - le encantó coger pero no tener hijos, ¡chale! –   me dije a mí mismo y apague el encendedor, mi vecina a dos paredes de mí, gritaba a su pequeña…  al parecer jugaba con sus muñecas. ¡Niña deja de jugar! ¡Ya tienes 10 años, lava tu uniforme floja!, ¡barre!, ¡limpia tu cuarto!  ¡Yo a tu edad ya limpiaba y me encargaba de mis hermanos¡ ¡Ayúdame con la casa niña!   …   Y ¡zaz! ¡El putazo! (el madrazo, el golpe, la cachetada dura, la agresión perpetua…)  Me sacudió y ardió la mejilla y el recuerdo, el sólo escuchar esas palmas a toda velocidad en la carita ajena. El llanto de la pequeña quedó en una muda lección, un breve grito a  minutos a mocos caídos y lágrimas de cajón. Saliste saliva a encarar trémula carne. ¿Pero bueno, que puedo hacer yo? Cada quien sus hijos…


     Mi vecina de muro joven madre y atienda a dos chiquitas, creo a la otra pequeña se la ha llevado a trabajar al mercado el padre poblano. Según se perciben de las filtraciones de los ladrillos. 


      Se escuchan los demás reclamos existenciales, como una herida de Caín, ¡Niña muévete! ¡Ya mero viene tu padre! ¡Ayúdame aquí,…allá!  Y demás sentencias que pierdo atención, olvido sus gritos pero escucho el desmadre de las serpientes.

      Compartimos todos en este piso un sólo baño, ando sin camisa y me dirijo hacia el mismo, por el pasillo, una pareja de adolescentes clavan su mirada viendo mis tatuajes, su bebé ha dejado de succionar el moreno pezón de la madre y deja gotear la leche, su curiosidad le obliga a mirar también la tinta que ha dejado una extraña impresión en sus jóvenes padres. Como si vieran al diablo. Pero es sólo un lobo. Llevo mi cerveza bajo la toalla, las estrellas se orillan con el horizonte, y el destello de las cosas cobra vida, es mejor el silencio de estos gallineros, habitaciones 4x4. 


      Se oyen al fondo los demás gritos y reclamos a la niñita, sus lágrimas andan en palabras en pro de su defensa a existir, y allí sale la vecina al lavabo que da fuera de su cuarto, luciendo preñez y gritando agravios a la pequeña, doy las buenas noches acostumbradas, no sé cuántas veces me ha topado en toalla, mi embriaguez continua no permite recordármelo… ¿se inclina ella o soy yo el que nunca la esquivo? Siempre hacia la puerta estrecha.